Tras la puerta del deseo by Anne Stuart

Tras la puerta del deseo by Anne Stuart

autor:Anne Stuart [Stuart, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Erótico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-06-21T00:00:00+00:00


* * *

Melisande se quedó dormida. No podía creerlo. Primero estaba tumbada en la cama con el tobillo en alto y el innoble vizconde Rohan tendido a su lado, como un caballero y su dama en un sarcófago medieval, y al instante ella estaba dormida, soñando. Hizo falta la llegada del doctor para despertarla y para entonces su «enemigo» estaba al otro lado de la habitación, con los hombros apoyados contra la repisa de la chimenea y observándola con una indescifrable mirada.

—Si el caballero nos disculpa —⁠dijo el doctor Smithfield y Melisande podría haberlo besado en agradecimiento. No había razón alguna para que Benedick se negara a hacerlo.

Pero ¿por qué había pensado que ese hombre podía ser razonable?

—No lo creo —dijo Rohan—. Ya he examinado el tobillo de la dama y no creo que vea nada que vaya a impactarme. Continuad.

—He de insistir… —La voz del doctor se apagó cuando Benedick se puso recto.

—Y yo insisto en que no insistáis tanto. Esta dama es mi responsabilidad y no voy a dejarla en manos de un matasanos al que no he visto en mi vida.

—¿Estáis poniendo en duda mi profesionalidad, milord? —⁠El doctor Smithfield era un hombre encantador que ofrecía sus servicios gratuitamente a las prostitutas, pero tenía su orgullo.

—No estoy poniendo en duda nada. Dejad de discutir conmigo y atended a lady Carstairs.

Smithfield abrió la boca para protestar, pero Melisande intervino rápidamente.

—Ignoradlo, doctor —le dijo con tono amigable⁠—. Le gusta complicar las cosas. ¿Pensáis que tengo el tobillo roto?

Después de un último bufido, el hombre se giró hacia Melisande.

—Creo que habéis sufrido simplemente una torcedura, milady. Os haré un vendaje y os prescribiré láudano. Si permanecéis tumbada quince días, creo que no tendréis complicaciones. —⁠Miró a lord Rohan.

—Me aseguraré de ello —dijo él suavemente⁠—. Podéis enviarme la factura a mí, por supuesto.

—No seáis absurdo. Puedo pagar mis propias facturas —⁠le contestó ella con brusquedad, pero Rohan la ignoró sin más y acompañó al doctor a la puerta.

Cuando volvió, ella lo miró fijamente y le dijo:

—De acuerdo, ahora podéis iros. El médico me ha visto, ha hecho su diagnóstico y me ha prescrito tratamiento. Marchaos.

Pero no parecía que él tuviera prisa por irse.

—Y bien, ¿vais a estar tumbada durante las dos próximas semanas?

—¿Qué creéis? Dentro de cinco días habrá luna llena. Puedo quedarme acurrucadita en mi cama y dejar que inocentes mujeres sean torturadas y tal vez asesinadas o puedo ocuparme de ello.

—¿Con «ocuparme de ello» os referís a salir de la cama y arriesgaros a quedaros lisiada? No lo creo. Nuestra asociación ha llegado a su fin, lady Carstairs. Tendréis que confiar en que yo me ocupe solo del Ejército Celestial.

Ella lo miró.

—No. En absoluto.

—No tenéis elección.

—Entonces no tengo otra elección que seguir con la investigación por mi cuenta. —⁠Se habría levantado de la cama para demostrarle, y demostrarse a sí misma, que podía hacerlo, pero el doctor ya le había administrado una generosa dosis de tónico y le estaba costando levantar la cabeza de la almohada.

Deprisa, y sin previo



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